14 de junio de 2011

La mano tonta.

Hace unos días, mi hermano no sabía si reír o llorar porque le había caído en selectividad un texto sobre "Torrente" y la clase política.

La autora, Lucía Méndez, decía más o menos que no era de extrañar, viendo cómo la gente abarrotaba las salas de cine, que tuviéramos esta clase política. Y añadía que, quizás, las crisis económica, política y social están relacionadas.

Este fin de semana, dando un paseo por el Deutsches Eck, mi compañero de aventuras me recordó que nunca corro riesgos, siempre mido los pasos y soy muy maniática al mantener interiorizadas mis costumbres vitales. 

Todo es absolutamente cierto.

Pero también lo es que me gusta el cine clásico, me fascinan las miradas profundas y la gente que tiene historias que contar. Y me vino a la memoria una de mis películas favoritas: "Testigo de cargo", de Billy Wilder, y la magistral puesta en escena de Charles Laughton, Marlene Dietrich y Tyrone Power. 

A veces, pienso en algunas de las cualidades que me gustaría que los políticos tuvieran - preparación, capacidad de trabajo, humildad para aprender, honestidad y responsabilidad - y pienso en blanco y negro.

La política necesita renovarse, adaptarse a los tiempos y a las necesidades de los ciudadanos. Pero, desafortunadamente, muchas veces tengo la sensación de que las nuevas estrellas y las nuevas costumbres han renovado el color de la fachada y no la esencia del contenido.

El espectáculo de la política se convierte en la política del esperpento. Y, a menudo, dudo de si la clase política es un reflejo de la sociedad o al revés. Lo que sería mucho peor.

Que aquellos que dirigen a cualquier nivel los gobiernos, tienen el poder político, el favor económico y hasta el reconocimiento social, sean los que menosprecien el trabajo, el esfuerzo, la honradez y la responsabilidad, me apena profundamente. No por ellos. Me duele porque instauran un mal ejemplo: el de que sin esfuerzo y sin lucha se pueden conseguir suculentos objetivos al margen de la ley y de la vergüenza. 

No a todo el mundo le han enseñado en su casa que cuando uno cierra un trato en su conciencia y en su honor, aunque tenga la mano sucia de tiza, de tinte, de yeso o de bacalao, ha de estrecharla con la cabeza alta porque no ha robado. 

[Y respondo a mi hermano. Hay que reír con el que te haga pensar y trabajar, porque sólo con ése podrás ser libre].  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mientras se oiga una voz, aunque sólo una fuera,exponiendo la escala de valores de la gente honrada y hablando así de claro, no todo está perdido.