24 de mayo de 2011

Reflexiones electorales desde un avión de Ryanair

Si hace cinco años me hubiesen preguntado qué mar bañaría mi felicidad hoy, quizás nunca habría adivinado que también en un río se puede sonreír.

Y esta inocente reflexión se puede aplicar a muchas situaciones en la vida. 

Ayer, volví al país que me acoge aún con la borrachera de familia, amigos, sol y cercanía en el corazón. Y nada más llegar me topé de frente con los efectos de la cuadriculada realidad. Con un ticket en el bolsillo, corriendo detrás de un tren, no me dio tiempo a validarlo en la máquina antes de subir y un revisor me multó por no haber hecho las cosas bien, a pesar de viajar con billete. De nada sirvió que hubiese pagado el ticket, pues tuve que pagar también una multa. Hasta aquí, aunque parezca muy estricto, entra todo dentro más o menos de lo normal. Sin embargo, el revisor pidió minutos más tarde los tickets a otro grupo de chicos que no los llevaban, ni validados, ni sin validar. Y no los multó.

La indignación generalmente no se produce al mirarnos el ombligo, sino cuando comparamos el nuestro con el de los demás. Y la clave de muchas de las cosas que ocurren está en la medida de la desigualdad. 

Mientras Ryanair acercaba las dos Europas, la de los emigrados y la de la soleada desazón, un grupo de empresarios del norte de la provincia comentaba la jornada electoral con inquietud: por las promesas que unos y otros les habían hecho y que ahora dependían de pactos poco transparentes. 

Esta jornada electoral ha dejado un claro predominio del azul sobre el rojo en España, si miramos los números generales que nos presentan los periódicos. Pero no solamente eso. Ha dejado una abstención del 33%, casi un millón de votos nulos y blancos y ha cambiado en muchos pueblos y ciudades la configuración del poder.

Mientras algunos destacan la concentración del poder en manos de unos, otros discuten si esa concentración es el resultado que separa a unos de otros o si es la distancia que separa a esos otros de sus votantes naturales. 

La crisis económica ha traído recortes y facturas dolorosas, pero el pago de esas facturas no se ha repartido por igual. Muchos ricos son más ricos y muchos pobres son más pobres. Mientras, muchos piensan que si los mercados u otros oscuros amigos del poder quieren dominar la política, han de presentarse a las elecciones. 

Y nuevamente volvemos a la desigualdad. No es el desempleo o la pobreza la que cambia gobiernos y saca a la gente a la calle a protestar. Es la desigualdad, que hace que unos pocos tengan acceso a todos los recursos, incluidos los que están al margen de la legalidad y de las reglas básicas de la honradez y la honestidad, y otros muchos tengan que conformarse con las migas, la que cambia de vez en cuando a los líderes. 

Y es que vestirse de colores imposibles plantea, a veces, el riesgo de la desnudez. 

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