27 de mayo de 2011

Arroz y conejo.

Ayer estaba leyendo un artículo sobre postres pasados de moda y me acordé de un político de mi tierra que la noche de las elecciones dijo que el pasado no tiene valor. 

Recuerdo con mucho cariño y con un brillo especial en los ojos los muchos domingos que comíamos toda la familia en casa de la Yaya. Los olores, los sabores, las peleas por elegir el programa de la tele entre los primos, cierto individuo comiendo berberechos con cuchara, quien siempre llegaba a mesa puesta y muchas tardes de cine y gusanitos cuando el Pilar era pequeño pero tenía casi de todo. 

Los años han ido pasando y nuestras vidas se han hecho más complejas.

Han pasado sólo cinco días desde las elecciones y a muchos les ha cambiado (o les va a cambiar) la vida por completo. Hay muchas personas que han hecho de la política su medio de subsistencia y la nueva configuración del poder va a mandar a muchos antiguos alcaldes, concejales y asesores a un destino incierto. Mientras que a otros, algunos sin oficio ni beneficio, los va a colocar administrando el dinero de todos los contribuyentes. Y me estaba acordando de la relegada Comtessa y su exquisita sencillez.  

Muchas de las prácticas políticas encuentran semejanzas en la vida cotidiana. También las que deberían estar pasadas de moda y no lo están. En la política como en las familias, hay líderes, hay quien habla y quien escucha, hay quien traza un camino y quien se sube al carro, hay quien trabaja y quien vive del sudor de los demás. Y, generalmente, el pasado suele ser importante, sobre todo, cuando no se aprende de él. Aunque mi amigo el político dijera lo contrario.


Yo no creo que la política tenga que ser exclusivamente para quien tenga un trabajo o una forma de ganarse la vida, porque correríamos el riesgo de caer en la plutocracia y estaríamos gobernados sólo por los ricos o por los funcionarios. Y no creo que ser rico o tener un medio de vida asegurado sea sinónimo de ser un buen gestor. Pero sí pienso que a la política no se puede dedicar cualquiera por una razón: la responsabilidad. 


Desafortunadamente, la política es tan golosa como apetitoso es el pan de calatrava de mi madre. Y esto no es ningún secreto. Dicen por ahí que otro político de mi tierra dijo que él se había metido en política para enriquecerse. Sincero y claro. Y lo mejor es que le funcionó. 


Pero no todo es dinero del que se cuenta. En ciertas esferas, los recursos no se miden sólo en euros sino también en acceso privilegiado al poder. Cuestión de manjares para exquisitos paladares. Y yo me pregunto si alguno de ellos sigue comiendo arroz y conejo los domingos o un plato combinado en el bar de siempre. Aunque ya no se lleven.


En esta línea, criticaba mi admirado Giovanni Sartori que en la sociedad actual hay un exceso de información y escaso conocimiento y proponía como ejemplo que normalmente se pregunta a la gente qué opina de esto y no qué sabe de esto. ¿Hasta qué punto son algunos platos un modo de vida o un estatus? ¿El modo de vida de algunos políticos es indicativo de su forma de gobernar?


No obstante, se habla mucho de recetas de crisis. Yo estaba pensando en unos huevos fritos con ajicos tiernos pero me he encontrado con esto: 276,86 euros por concejal electo, 55 céntimos de euro por papeleta y casi 12 millones de euros para el PP y más de 9 para el PSOE. 

Vencer no es lo mismo que convencer y, además de la presentación, hay que tener en cuenta el sabor y la factura. 

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