Mi libretica y yo vamos siempre juntas. Ella es mi paño de lágrimas cuando quiero gritar y no debo y mi baúl de ocurrencias y chascarillos cuando me acuerdo de alguien a quien me gustaría ver sonreír. Es el equipaje de mis observaciones y la bombonera de mis ideas.
Me gustaría ser una mujer libre. Me gustaría poder prescindir de todo, incluso de mi sombra, mi alma y mi carácter, y salir al mundo en libertad. Pero no puedo.
Y es que hay cosas que están en mí.
Me pierdo a menudo y me encuentro horas o segundos después observando mundos ajenos. A pérfidos y canallas. A acomplejados y presuntuosos. A altaneros, jactanciosos y pintureros. A candorosos, nobles y tristes. Desde un sofá azul, desde la muralla protectora de una taza de Cola-cao, desde unos tacones o desde una hamaca mientras mis pies escriben en la arena lo que mis ojos no pueden contar y mi cabeza viaja mucho más allá de este mar.
A veces descubro cosas interesantes. Otras sólo medianía.
Pero mi libretica tiene cada vez más páginas de vida. Algunos garabatos hablan de gente resuelta, de pasos presurosos hacia delante y manos con más lunares que la vida. Otros describen amor, templanza y orgullo. Algunos sobriedad y complejos. Otros egos y dolor. Presunción y angustia.
En ella hay gente interesante y personas interesadas. Hay zapatos caros desgastados por el trabajo. Hay manos envejecidas porque no han robado. Hay barrigas hinchadas y vacías. Hay canas, calvas y largas noches. Hay vidas vividas y anhelos presumidos. Hay tesoros encontrados y felicidad en espera. Hay andares dignos y erguidos y pasos ensoberbecidos. Buenas mañanas y raros mediodías.
A veces, la gente se disfraza de colores imposibles. Otros cambian el papel de las paredes, aunque nadie quiera oler la humedad. Hay quien esconde las fotos sin atreverse a guardarlas o a romperlas. Hay quien tiene hambre y quien tiene miedo.
Pero despojarse de lo que somos es difícil.
Mientras tanto, mi libretica y yo seguimos recorriendo páginas en libertad.
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