12 de abril de 2011

Cadencia.

A veces, uno o una puede pergeñar un plan de existencia que nada tiene que ver luego con las síncopas de la canción. A veces, casi siempre o siempre.

Las cosas, situaciones, actividades y personas que consiguen conmover nuestro ánimo van cambiando al son de los compases de nuestros paseos por el mundo y por la vida. Vivir, y me refiero a vivir de verdad, con todos los mordentes, cadencias, disonancias y matices, puede ser la melodía más difícil de interpretar. 


Hay músicos que reproducen fielmente las notas de una partitura y hay otros que consiguen unir ánimo y emoción entre adagios y allegrettos. Al igual que hay músicos que nacieron sabiéndolo todo y van desaprendiendo de los compases de la vida, recorriendo escalas de vanidad.

Y es que, entre movimientos, hay silencios que necesitan ser custodiados. Para que la música sea música y no sólo ruido.

Los políticos son los músicos de una orquesta que produce extrañas melodías y, entre disonancias y fortes, se olvidan de que la política también es un arte. Un arte que apasiona, como las emociones de la vida, y que cuando deja de estremecer y sólo se repiten las notas de la partitura es mejor tocar el acorde final.

A veces, una coda sólo trae agonía al esplendor porque es muy difícil arreglar la belleza de algo en lo que no se cree.

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